Haití a prueba de choc
Por Jean-Louis Bianco y Nicolas Cadène
Haití acaba de sufrir un terremoto terrible y la ayuda internacional es indispensable. Pero podría ser que, gracias a esta crisis, los países donantes aplicaran a la isla una “terapia de choque” que la volvería a colocar bajo tutela instaurando allí un nuevo colonialismo. Jean-Louis Bianco ex ministro, diputado y presidente del Consejo General de los Alpes-de-Haute-Provence y Nicolas Cadène, miembro del Consejo Nacional del Partido Socialista han demandado: “Hay que confiar la reconstrucción de su país a los haitianos mismos”.
Lo que acaba de ocurrir en Haití, uno de los países más pobres del planeta, es un desastre considerable y constituye también un choc psicológico extremadamente violento para los haitianos.
Independientemente de cierta curiosidad malsana de nuestros medios de comunicación y de una sucesión de imágenes a cual más penosa, es necesario traspasar la situación concreta que vive y vivirá en adelante este pueblo de las Antillas, el primero que se emancipó de los colonos blancos, el 1 de enero de 1804.
La destrucción material, organizativa y estructural de este Estado de diez millones de habitantes lleva a esta reflexión sobre su futuro, mientras la potencias occidentales organizan la ayuda internacional de una menara que no parece transparente.
Digámoslo con claridad: a causa de este desastre natural sufrido por la isla, existe un riesgo mayor de “privatización”, de desregulación y de neocolonialismo que podrían aplicarse a Haití.
El aprovechamiento de una catástrofe natural por parte de determinados gobiernos y grupos privados occidentales no es una novedad. Hay economistas que lo han destacado en muchas ocasiones. La periodista Naomi Klein lo ha teorizado en su obra “La Estrategia del choc”.
Después de un choc nacional, los ciudadanos se encuentran más predispuestos seguir a cualquier líder que pretendidamente los proteja. A consecuencia de estos desastres la población se encuentra en tal estado de aturdimiento que es la oportunidad para que cualquiera pretenda aplicar reformas económicas extremadamente rigurosas y que no habrían sido aceptadas en tiempo normal. Estas reformas se imponen rápidamente, sin dar tiempo a que los ciudadanos reaccionen.
El mismo Milton Friedman, considerado como partidario de estos “tratamiento de choc”, declaró: “únicamente una crisis real o imaginaria puede generar un cambio profundo” (Capitalismo y Libertad, 1971).
Sabemos, por ejemplo, que el tsunami de 2004 permitió expropiaciones masivas de poblaciones que vivían en las costas del Sudeste Asiático, liberalizaciones y desregulaciones comerciales (a cambio de ayuda occidental), construcciones de complejos hoteleros occidentales, etc. En un primer momento nos emocionamos a causa de la destrucción de los pueblos de pescadores llevada a cabo por la naturaleza, pero, una vez que la población fue desplazada, cerramos los ojos cuando en su lugar se construyeron hoteles.
Sabemos que el huracán Katrina, que asoló Nueva Orleans en 2005, permitió allí también las expropiaciones masivas, las privatizaciones de los servicios públicos y de la educación, las reconstrucciones en manos privadas, etc.
Unas horas después del seísmo de Haití, la Heritage Foundation, uno de los principales think-tanks norteamericano, neoconservador e influyente en el actual Congreso, escribía en su Web:
“Más allá de la asistencia humanitaria inmediata, las respuesta americana al terrible seísmo de Haití ofrece grandes oportunidades para retomar las riendas de la enorme disfunción gubernamental haitiana, permitiendo, al mismo tiempo, mejorar la imagen de los EEUU en la región”.
Nicolás Sarkozy, por su parte, proponía una Conferencia sobre la reconstrucción del país en Bruselas, sin siquiera haber hablado previamente con los responsables políticos haitianos sobrevivientes del sísmo.
Las intenciones de la Heritage Foundation pueden parecer moderadas pero dejan bien claro el deseo de reformar la economía del país de las Antillas a favor exclusivamente de los intereses occidentales.
Recordemos que, si bien las causas de la pobreza de Haití son múltiples, las responsabilidades occidentales no están ausentes, particularmente en cuanto a la superpoblación de Puerto Príncipe, y que la corrupción generalizada y las “ayudas financieras” del Norte, desde luego bajo drásticas condiciones, han reducido a la nada la agricultura de subsistencia en la isla.
Camille Chalmers, director ejecutivo de la PAPDA (Plataforma Haitiana de Defensa de un Desarrollo Alternativo), denunciaba el pasado mes de octubre -al igual que otras organizaciones haitianas- que la política del gobierno haitiano consistía en plegarse a las órdenes de los organismos internacionales y en favorecer a los empresarios extranjeros y a los importadores de productos alimenticios: “Las estrategias neoliberales adoptadas por los gobiernos a partir de los años 80 han destruido la agricultura del país. Hoy somos el tercer país importador de arroz norteamericano, con más de 400.000 toneladas por año. Cada año 75.000 personas abandonan las zonas rurales y se instalan en la capital sin que se haya producido ningún debate entre la clase política sobre esta situación. Como consecuencia, la dependencia alimentaria del país aumenta más y más. Las políticas macroeconómicas apoyadas por Washington, la ONU, el FMI y el Banco Mundial no se ocupan en absoluto de la necesidad de desarrollo y protección del mercado nacional. El único interés de estas políticas es producir para la exportación hacia el mercado mundial”.
Hoy los campesinos carecen de tierras cultivables, de herramientas, de organización para la comercialización de los productos. La CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo) recuerda que en la fértil región del noreste, el asfalto ha sustituido a los cultivos, concretamente con la construcción de una zona franca para la fabricación de productos textiles destinados al mercado norteamericano. La paradoja es que no lejos de allí existen tierras menos fértiles donde se hubieran podido instalar estas industrias sin perjudicar las llanuras agrícolas fértiles.
Desde un punto de vista cínico, hoy la situación es particularmente propicia para dirigir política y económicamente esta república hacia los exclusivos intereses norteamericanos, franceses y de algunas grandes empresas del norte.
Y es sorprendente constatar -como ha hecho Daniel Schneidermann en la Web Arrêt sur images- con que rapidez la imagen de Haití se degrada en determinados medios de comunicación: tras la compasión por las víctimas, aparece “el pillaje” o “el robo de mercancías” que ahora se pone por delante en la prensa internacional. Esto podría resultar bastante útil a los que declararán más tarde: “son incapaces e irresponsables”.
El diario La Croix recuerda que muchos responsables asociativos se han sorprendido por las declaraciones de dirigentes sobre la necesidad de “poner a la isla bajo tutela internacional” en nombre de la “reconstrucción”. En Haití hay ingenieros, médicos y universitarios competentes, la mayoría formados en el extranjero.
El ex presidente de Cáritas Francia declaró recientemente que “el país no debía ser puesto bajo protectorado”.
El director de Médicos Sin Fronteras (MSF) por su parte afirma con razón, que ”las iglesias, las asociaciones, los comités de barrio forman el tejido social permanente de una nación” que en la calle la eficacia de la ayuda ha sido, en primer lugar, haitiana” y que “Francia y EEUU deberían volver a poner en marcha las instituciones haitianas …. en lugar de ponerlas bajo tutela, o de atentar contra la soberanía del Estado” porque “ello es una fuente de tensiones entre los habitantes y la comunidad internacional”.
Se habrían podido tomar otras disposiciones en lugar de las que se han tomado hasta ahora.
Desde luego es asombroso constatar el enorme despliegue militar, denunciado ya por algunas organizaciones dominicanas, y que se hace en nombre del apoyo humanitario en la isla. No es cierto que los servicios públicos haitianos se recreen o simplemente se creen en esta oportunidad, por el contrario, más bien podrían ser privatizados. Hay que asegurarse inmediatamente de la total transparencia de la transferencia de dinero hacia Haití y las ONG que actúan sobre el terreno.
Y sobre todo, hay que confiar a los haitianos la reconstrucción de su país, garantizar su soberanía y proporcionarles los medios para crear sus propias estructuras y sus empleos en lugar de traer únicamente empresas desde el exterior con empleados extranjeros.